Nadie sabe cuándo,
promiscuo y sin casa,
el poema se aleja
yendo hacia alguna parte,
se va,
se va
se va
y la alquimia del adiós
cae
sobre el asombro de una mano
que no quiere despedirse
y las cartas mueren,
antes de ser vertidas,
en el residuo del corazón que escribe.
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