Tirita el ojo a contraluz su rezo
si las visiones con sus potros endiablados
salen a relumbrar la muerte
empujándolo al suicidio
al silencio.
No hay palabras para lo amargo,
ni gesto que incendie la arpillera
de lo incierto
cuando en lo ciego del cuerpo
sólo un hálito triste, huidizo,
propaga como una aparición
esa imagen que pasa,
desde la barca perdida del nacimiento,
buscando historias
que nos absuelvan del olvido.
Un deseo de sal
por esculpir el abrazo mudo
que no alcanza,
antes de que sea difunto,
deja en harapos de vejez a la luna
desollada en una dalia muerta.
Deja al jazminero que olías
piadosamente seco en la ventana.
Sólo la flor zumbante
de una mosca
resuelve el destello sagrado del universo
cuando,
anocheciendo,
se prepara el cielo a desbrozar sus astros,
para que nadie parta sin saber
quién es
en el oscuro esfuerzo
de borrarse el cuerpo
porque nunca le oyó decir su nombre.
(De: SEPARATA)
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