Todo huele a
espejismos
dibujados por la
cornamenta
de los caribús
esas criaturas
majestuosas
que pasan flotados en
la niebla
venteando líquenes
mientras miran de
perfil el cuerpo
ofrecido en
sacrificio
al canto altísimo de
la alondra
ausente
sobre el derramado escalofrío
del Yukón.