Recogemos el sabor
que sostiene ternuras
de duraznos amarillos
cuando sucede la luz
en el cáliz de esta herida.
Llegó el tiempo de liberar
relámpagos y tormentas.
Cuántos dioses hacen falta
para destruir
las trampas de seda,
infértiles voces
adocenando murmullos
en oídos del insomnio,
sus pulsiones gastadas,
aburridas cópulas cansinas
que se repiten,
y todos repiten,
intentando emular
lo que nunca fueron
ni llegarán a ser.
Rotas campanas
llamando a exterminio
retazos de amor.
Elijo las manos del mar,
de Eikanberr sus caballos
en galope azul,
en galope azul,
y una bagatela de Beethoven
para arrancar hechizos
anclados en brumas del recuerdo.
El silencio que purifica y redime.
Talampaya.