Ayer hablé de ti, Aniceto,
de tu hombre iluminando el barro
y fue como si nombrara el humo de tu pipa
que subía y subía en ondas,
llevándose tu sonrisa a un cielo de alas
por donde había escapado el dulzor del vino
con su lengua de estrella seca.
Acaso tu partida tiene que ver con la noche
que siempre se inclina para acariciar la tierra,
acaso las horas enloquecieron en esta orilla
y se pusieron a golpear
frente al silencio grave de las almas
y durante mucho tiempo esta misma tierra,
que añoraba tu calor,
gimió,
llamándote por tu nombre
como ahora yo lo hago,
detrás de una ventana amarilla
con los vidrios escritos por la lluvia.
Ayer te nombré
y los rincones de tu casa
comenzaron a desvelarse.(De: Irrintzi - 2009)
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